“El psicoanálisis no sirve sólo para la curación de enfermedades, sino también para la liberación íntima del hombre. No es sólo una terapéutica para eliminar síntomas, sino también un medio para promover el desarrollo y la fortaleza del hombre”. Erich Fromm
En su última obra, Moisés y el Monoteísmo, Freud trató el tema religioso desde un enfoque histórico y psicoanalítico, aplicable también al desarrollo de su método terapéutico. Es aquí donde Erich Fromm ha podido reconocer el carácter “semireligioso” inconsciente del movimiento psicoanalítico:
Hay que suponer que la preocupación de Freud respecto de Moisés tenía sus raíces en la profunda identificación inconsciente con él. El muchacho que quería llegar a ser ministro del gabinete se había convertido en una persona que aspiraba a ser como Moisés, trayendo a la especie humana un nuevo conocimiento, conocimiento que era la última palabra en la comprensión de sí mismo y del mundo por el hombre. Ni el nacionalismo, ni el socialismo, ni la religión merecían confianza como guías para una vida mejor; la plena comprensión del alma humana revelaría la irracionalidad de todas esas soluciones y llevaría al hombre todo lo lejos a que estaba destinado a llegar. Freud perseguía la finalidad de transformar el mundo. Bajo el disfraz de médico y de sabio, fue uno de los grandes reformadores del mundo de principios del siglo xx. (Erich Fromm, La Misión de Sigmund Freud, Fondo de Cultura Económica, 1992)
En otro contexto Fromm nos habla nuevamente de esta particular característica del movimiento freudiano:
Bajo el disfraz de una escuela científica (Freud) realizó su viejo sueño de ser el Moisés que mostró a la especie humana la tierra prometida, la conquista del ello por el yo y el camino para llegar a ella. (Erich Fromm, La Misión de Sigmund Freud, Fondo de Cultura Económica, 1992)
Recordemos la historia bíblica del pueblo hebreo, cuando Dios habla con Moisés y le dice que no entrará a la tierra prometida debido a su desobediencia:
Sube a este monte de Abarim, al monte Nebo, situado en la tierra de Moab que está frente a Jericó, y mira la tierra de Canaán, que yo doy por heredad a los hijos de Israel; y muere en el monte al cual subes, y sé unido a tu pueblo, así como murió Aarón tu hermano en el monte Hor, y fue unido a su pueblo; por cuento pecasteis contra mí en medio de los hijos de Israel en las aguas de Meriba de Cades […] Verás, por tanto, delante de ti la tierra; más no entrarás allá, a la tierra que doy a los hijos de Israel. […] Y llamó Moisés a Josué, y dijo en presencia de todo Israel: Esfuérzate y anímate; porque tu entrarás con este pueblo a la tierra que juró Jehová a sus padres que les daría y tu se la harás heredar. (La Santa Biblia, Versión Reina-Valera, 1960)
Freud sabía que el no viviría lo suficiente para ver este gran cambio, pero cifraba sus esperanzas en uno de sus discípulos. Dado que el movimiento psicoanalítico estuvo integrado principalmente por judíos vieneses, Freud quería que el psicoanálisis pasara a los cristianos suizos y de ahí a todo el mundo.
Cabe resaltar que para este tiempo el psicoanálisis era llamado la ciencia nacional judía.
Carl Jung fue el elegido; de nacionalidad suiza e hijo de padres protestantes. Jung sería el Josué “destinado a explorar la tierra prometida de la psiquiatría”. En su análisis sobre la vida y obra de Freud, Erich Fromm hace notar que la decadencia moral y espiritual de la sociedad vienesa de principios del siglo xx, junto con el rompimiento de las antiguas normas victorianas, contribuyó a que el movimiento psicoanalítico fuera abrazado como una religión:
El psicoanálisis se convirtió en un sustituto de la religión para las clases media y alta urbanas. Aquí, en el Movimiento, lo encontraron todo: un dogma, un ritual, un jefe, una jerarquía, la sensación de estar en posesión de la verdad. (Erich Fromm, La Misión de Sigmund Freud, Fondo de Cultura Económica, 1992)
En mayo de 1933, los nazis queman en Berlín los libros de Freud y de muchos otros grandes pensadores modernos; en marzo de 1938 los nazis ocupan Austria e invaden la casa de Freud. Sus amigos lo persuaden de que abandone Viena, tardan tres meses en convencerlo pues Freud no deseaba abandonar su puesto en el círculo psicoanalítico.
Finalmente en junio del mismo año, él y su familia emigran a Londres en donde muere víctima de un cáncer en la cavidad bucal. Según los que le acompañaron durante sus últimos días, Freud estuvo trabajando, escribiendo y revisando sus teorías hasta el día de su muerte, el 23 de septiembre de 1939.
Surge ahora la pregunta ¿hacia dónde va el psicoanálisis? ¿verdaderamente ha podido transformar a la humanidad y crear un mundo mejor? Recordemos que para Freud la razón era la única capacidad humana que podía ayudarnos a resolver el problema de la existencia o, por lo menos, a aminorar el sufrimiento inherente a la vida humana. ¿Por qué esa fe inquebrantable en la razón no ha podido resolver nuestros problemas?
En 1965, Eysenck criticó duramente el planteamiento de Freud sobre la psicoterapia en un artículo en que afirmaba que en la actualidad existían muy pocas pruebas de que el psicoanálisis fuera eficaz, ya que la proporción de pacientes que se recuperaban de sus problemas después del mismo era muy similar a la tasa de remisión espontánea (recuperación por efecto del tiempo, sin que el tratamiento forme parte de la misma). Aproximadamente un 30% de una muestra de sujetos con problemas neuróticos se recuperaban de forma espontánea de sus problemas, lo que coincidía, según Eysenck, con el 30% correspondiente al índice de buenos resultados del psicoanálisis en una muestra similar (Nicky Hayes, Psicología, Harcourt, 1999).
Si están permitidas las conjeturas, diré que la importancia del psicoanálisis no radica tanto en su efectividad –pues hay quien asegura que es imposible demostrarla- sino en lo que representa, un movimiento que es reflejo de la búsqueda del hombre por la verdad y por el conocimiento de sí mismo. En mi opinión, el psicoanálisis es, en esencia, un extensión científica del viejo adagio inscrito en el antiguo templo de Delfos: Conócete a ti mismo y conocerás el universo, máxima también proclamada por Sócrates y puesta en práctica por un sin fin de pensadores y filósofos.
¿Qué podemos decir entonces respecto a Freud? Cito las palabras de Calvin Hall:
¿Qué fue entonces Freud? Médico, psiquiatra, psicoanalista, psicólogo, filósofo y crítico: todas esas fueron sus vocaciones. Sin embargo, ya se las tome separadas o juntas, en realidad no transmiten toda la importancia de Freud para el mundo. Aunque la palabra “genio” se use de manera indiscriminada para describir a muchas personas, no existe otra que tan bien convenga a Freud. Fue un genio. Puede preferirse concebirlo, como lo hago yo, como uno de los pocos hombres de la historia que poseyeron una mente universal. Al igual que Shakespeare y Goethe y Leonardo da Vinci, Freud iluminó todo lo que tocó. Fue un sabio verdadero. (Calvin S. Hall, Compendio de Psicología Freudiana, Paidós, 1992)
Para Erich Fromm:
Freud fue el último gran representante del racionalismo, y su trágico destino fue llegar al término de la vida después de haber sido vencido ese racionalismo por las fuerzas más irracionales que el mundo occidental ha conocido. La Primera Guerra Mundial, la victoria del nazismo y del stalinismo, y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, son otras tantas etapas de la derrota de la razón y de la cordura. Freud, orgulloso jefe de un movimiento que tendía a crear un mundo de razón, tuvo que presenciar una era de locura social progresiva. (Erich Fromm, La Misión de Sigmund Freud, Fondo de Cultura Económica, 1992)
Y hablando de guerras y de locura social, nos preguntamos ahora ¿podrá algún día el hombre resolver sus propios problemas? ¿puede esa fe inquebrantable en la razón librar a la humanidad de su propia destrucción? ¿llegará el día en el que los hombre hayan aprendido a dominar sus instintos de agresión y dominio en pro del bienestar humano? ¿podrá el psicoanálisis llevar a la humanidad a esa tierra prometida que Freud anhelaba inconscientemente? No lo sabemos, pero indudablemente el tiempo nos dará la respuesta.
Mauricio Leija